Hace muchos años hubo un periodo de tiempo al que nos referimos de modo informal como «medieval». Fue una época, o al menos eso es lo que nos dicen los narradores, de reinos diminutos, caballeros valientes y dragones feroces.
El transporte y los viajes eran tan rudimentarios como difíciles y, por lo general, era necesario que cada reino fuera lo más autosuficiente e independiente posible. Por ello, era sumamente importante que dentro de cada reino estuvieran representados con mucha habilidad todos los oficios y las profesiones más importantes de la época para asegurar la supervivencia del reino. En la lengua inglesa quedan todavía vestigios de algunas ocupaciones en apellidos como Smith (cerrajero), Carpenter (carpintero), Miller (molinero) o Baker (panadero), por poner sólo unos cuantos ejemplos.
Curiosamente, más allá del cargo específico, la vocación también asumía su personalidad más verdadera. Esta preferencia de personalidad puede ofrecer un entendimiento más amplio del estilo y de los tipos complementarios básicos necesarios para la supervivencia del reino, o tal vez podríamos decir del éxito de cualquier organización. Aunque la vocación específica influía en el nombre, no era por casualidad que ciertos tipos y estilos de personalidad se sintieran atraídos hacia ciertas ocupaciones. La personalidad de esos trabajos se adaptaba a las inclinaciones de los que los desempeñaban y así fue como nació el predecesor de las descripciones de trabajo de los tiempos modernos. La combinación satisfactoria de la personalidad del titular de un trabajo con la personalidad y los requisitos especiales del trabajo era necesaria para la supervivencia del reino, o quizá podríamos decir para el éxito de cualquier organización. Los reinos florecientes eran más que probablemente capaces de armonizar sus diferencias en una entidad poderosa, impresionante. Con la variedad del personal laboral de hoy día, el reino corporativo que reconozca y nutra estas preferencias de personalidad podría convertirse en una organización con tanto éxito como el Camelot de antaño.
Aunque ahora parece que gozamos de libertad para explorar muchas alternativas profesionales diferentes, todavía llevamos una personalidad vocacional medieval en nuestro interior. Esta personalidad, identificada y entendida de manera apropiada, puede motivar nuestro éxito, pero, si se la ignora, puede ser la plataforma de nuestro fracaso más estrepitoso. Como en aquel entonces los tiempos parecían ser más simples, vamos a volver a los reinos medievales europeos y ver lo que habríamos hecho entonces, independientemente de los nombres que llevemos ahora.
Hace muchos años hubo un periodo de tiempo al que nos referimos de modo informal como «medieval». Fue una época, o al menos eso es lo que nos dicen los narradores, de reinos diminutos, caballeros valientes y dragones feroces.
El transporte y los viajes eran tan rudimentarios como difíciles y, por lo general, era necesario que cada reino fuera lo más autosuficiente e independiente posible. Por ello, era sumamente importante que dentro de cada reino estuvieran representados con mucha habilidad todos los oficios y las profesiones más importantes de la época para asegurar la supervivencia del reino. En la lengua inglesa quedan todavía vestigios de algunas ocupaciones en apellidos como Smith (cerrajero), Carpenter (carpintero), Miller (molinero) o Baker (panadero), por poner sólo unos cuantos ejemplos.
Curiosamente, más allá del cargo específico, la vocación también asumía su personalidad más verdadera. Esta preferencia de personalidad puede ofrecer un entendimiento más amplio del estilo y de los tipos complementarios básicos necesarios para la supervivencia del reino, o tal vez podríamos decir del éxito de cualquier organización. Aunque la vocación específica influía en el nombre, no era por casualidad que ciertos tipos y estilos de personalidad se sintieran atraídos hacia ciertas ocupaciones. La personalidad de esos trabajos se adaptaba a las inclinaciones de los que los desempeñaban y así fue como nació el predecesor de las descripciones de trabajo de los tiempos modernos. La combinación satisfactoria de la personalidad del titular de un trabajo con la personalidad y los requisitos especiales del trabajo era necesaria para la supervivencia del reino, o quizá podríamos decir para el éxito de cualquier organización. Los reinos florecientes eran más que probablemente capaces de armonizar sus diferencias en una entidad poderosa, impresionante. Con la variedad del personal laboral de hoy día, el reino corporativo que reconozca y nutra estas preferencias de personalidad podría convertirse en una organización con tanto éxito como el Camelot de antaño.
Aunque ahora parece que gozamos de libertad para explorar muchas alternativas profesionales diferentes, todavía llevamos una personalidad vocacional medieval en nuestro interior. Esta personalidad, identificada y entendida de manera apropiada, puede motivar nuestro éxito, pero, si se la ignora, puede ser la plataforma de nuestro fracaso más estrepitoso. Como en aquel entonces los tiempos parecían ser más simples, vamos a volver a los reinos medievales europeos y ver lo que habríamos hecho entonces, independientemente de los nombres que llevemos ahora.
Tu personalidad marcada, el caballero blanco, puede encontrarse en los reinos más prósperos de la época. Don Quijote era un caballero blanco, como también lo fueron Juana de Arco y el Llanero solitario. Como caballero blanco que eres, no esperas nada a cambio de tus buenas acciones. Eres uno de los verdaderos “generosos” del mundo. Eres el filántropo anónimo que comparte su riqueza, su tiempo y su vida con los demás. Dar es tu propia recompensa y, como caballero blanco, no buscas ninguna otra. En el lado positivo, eres misericordioso, comprensivo, servicial, generoso y heroico. En el lado negativo, puedes ser decidido de forma impulsiva, ser sentimental y estar mal aconsejado. Curiosamente, tu preferencia es igual de apropiada en los reinos corporativos de hoy día.
, puede encontrarse en los reinos más prósperos de la época. Don Quijote era un caballero blanco, como también lo fueron Juana de Arco y el Llanero solitario. Como caballero blanco que eres, no esperas nada a cambio de tus buenas acciones. Eres uno de los verdaderos “generosos” del mundo. Eres el filántropo anónimo que comparte su riqueza, su tiempo y su vida con los demás. Dar es tu propia recompensa y, como caballero blanco, no buscas ninguna otra. En el lado positivo, eres misericordioso, comprensivo, servicial, generoso y heroico. En el lado negativo, puedes ser decidido de forma impulsiva, ser sentimental y estar mal aconsejado. Curiosamente, tu preferencia es igual de apropiada en los reinos corporativos de hoy día.